Caminaba por las calles del barrio chino san franciscano, y comenzaron a suceder cosas extrañas.
Un trío de cholillos empezó a tirar petardos y palomillas locas a media calle.
Un taxi llegó al restaurant más exclusivo del lugar, y de él descendieron lo que yo asumí era la novia del gángster chino dueño del restaurant, y su respectivo sicario guardián.
Luego, un turista gringo confundido me pregunta direcciones. ¿No le parece obvio que yo tampoco soy del lugar, con mi cámara al cuello y cara de nopal?
Un poco más tarde, un par de policías pasan, platicando trivialidades despreocupadamente.
En ese momento, estaba seguro que sucedería algo extraño, de película. Falsos turistas detonando una explosión en el restaurante, cholos distrayendo policías, y sicarios disparando hacia el exterior.
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